Hace un año y un mes que mi Lulú me dejó y no paso un día sin pensar en ella. | |
Y les digo a todas las personas que no entienden el dolor por un animal que son unos ignorantes y no saben lo que significa la palabra amor | |
Siempre he querido tener un gran danés como perro, pero hace 10 años no podía permitirme el precio. Entonces, un día oí en la radio a una señora que vendía un cachorro hembra de gran danés a un precio que yo podía permitirme. Inmediatamente llamé a esta señora para pedirle que me la reservara hasta la tarde y llamé a mi marido para avisarle. Así que esa tarde llegamos a casa de la señora y vi a este famoso cachorro que parecía cualquier cosa menos la imagen de un gran danés que yo tenía en la cabeza. Era gris moteado, un color que desconocía por completo. Yo quería un arlequín, pero éste era aún más bonito, ya que era gris con manchas negras. Llevé a mi perra conmigo y, al salir de casa de la señora, mi buena Lulú no dio más que un llanto de lágrima y luego todo fue bien. Al día siguiente la llevé al veterinario para que la tatuaran, vacunaran y revisaran. Con dos meses y medio sólo pesaba 6 kg. El criador me había hablado del parto por cesárea y luego de la madre que no quiso a su cachorro y como esta señora no tenía dinero suficiente para darle leche de fórmula mi Lulú se crió con leche de vaca y luego con croquetas baratas sin pasar por el cachorro. En fin, le dimos vitaminas y todo lo necesario para que se pusiera en forma y al cabo de un mes había doblado su peso. Desgraciadamente todas las carencias que había sufrido le habían pasado factura y al cabo de unos meses aparecieron granos (debido a la falta de defensas inmunitarias). Luego cojera y finalmente me pregunté si veía bien porque se chocaba con las cosas. El oftalmólogo me dijo que no veía por un ojo porque tenía la retina inclinada. Por supuesto, estaba agonizando y tengo que admitir que varias veces quise acabar con su sufrimiento, pero el veterinario siempre me decía que había esperanza. Ella tenía glaucoma en un ojo y luego el ojo estalló bajo la presión, entonces fue el turno de la segunda. Yo guardaba inyecciones contra el dolor en la nevera y cuando ella realmente sentía el dolor iba y rascaba la puerta para ponerle una inyección. De adulta nunca pesó más de 45 kg, y eso cuando estaba en buena forma. A pesar de su ceguera, me seguía a todas partes a caballo y puedo decir que hizo unos cuantos kilómetros. Seguía mi voz y el paso del caballo. Se diría que los caballos sabían que cuando galopaban, yo siempre podía ver el ojo que miraba si Lulu les seguía y, si no lo hacía, frenaban por sí solos. Sólo tenía que decir cuidado y ella dejaba de andar y se apartaba, todo para evitar los obstáculos de la calle. Conocía todos los sonidos y lo que significaban. Nunca me traicionó, siempre estuve orgulloso de ella y la quise mucho. Hablar de ella me produce tristeza y lágrimas. Un día una rama le hizo un agujero en el pecho y el veterinario se lo cosió sin dormirla (porque temía que su corazón no respondiera a la anestesia). Pero sólo vivía para mí y eso se notaba. No me iba de vacaciones para no disgustarla. Cuando tenía un año, el veterinario me dijo que si llegaba a los 4 años sería un logro, pero a los 8 la preciosa Lulu seguía con nosotros. Entonces, el pasado mes de agosto, sufrió un derrame cerebral (como consecuencia de su enfermedad ocular). El veterinario siempre me había dicho que la enfermedad subiría por el nervio óptico y atacaría el cerebro, y a los 6 años, tomar la decisión de extirparle los ojos fue difícil para mí. Así que la llevé directamente al veterinario, que la trató por el derrame cerebral. Notaba que sus fuerzas disminuían, así que sólo salía a dar paseos por ella porque la habría matado de pena si hubiera dejado de llevarla, y para ella era difícil mantener el ritmo, así que dábamos paseos cortos a ritmos reducidos. Y entonces, el 26 de octubre de 2004, fui al bosque y me di cuenta de que Lulu no quería venir y no tenía buen aspecto. Así que me fui a dar un paseo sola y cuando volví me encontré a mi amorcito en el baño con la lengua fuera y toda azul. La llevé al veterinario pero había que llevarla al coche y en mi cabeza estaba el final, tenía que traerla de vuelta pero no a este mundo. El veterinario la miró y le tomó la fiebre, que había bajado a 36°C. Le dije que no quería verla sufrir más, que ya había sufrido bastante, pero no me escuchó. Me dijo que le daría un tratamiento para la noche, que la pusiera cerca de una fuente de calor para calentarla y que al día siguiente tomaríamos una decisión. Hice todo lo que me dijo, pero la pobre estaba tan asustada de lo que le estaba pasando que se le revolvió el estómago y, para mi suerte, nuestro veterinario estaba ausente por una urgencia. Tuve que llamar a otro veterinario, pero cuando llegó mi loba mayor estaba en coma y acabamos con ella. Se fue en mis brazos y mis lágrimas rodaron por su mejilla. Es cierto que no era una perra preciosa, me gasté una fortuna en sus cuidados, pero os puedo asegurar que para mí era la más hermosa y si tuviera que volver a hacerlo lo haría con mucho gusto, a pesar de las noches de angustia que pasé con ella. Ahora está tirada al lado de casa y espero que esté en el cielo de los perros porque realmente se lo merece. Desde entonces he acogido a otra a la que quiero y adoro, pero no es mi querida Lulú. Ella siempre estará en mi corazón. No creo en Dios, pero cada vez que paso junto a su tumba siento como si me atrajera hacia ella para decirme algo. Y yo le respondo. Annick Letellier |