En homenaje a

A Elliot, mi ángel


Gracias a

Christelle

Elliot, mi pequeño ángel, moriste en mis brazos el miércoles 15 de febrero de 2006 a las 17h.

Recuerdo aquel 31 de diciembre de 2004 cuando viajé de París a Aix en Provence para recogerte.

Estabas en este refugio y me enamoré de tu carita que había visto en Internet.

Así que decidí darte una nueva vida y me vine.

Por supuesto, ya tenías 8 o 9 años, no se sabe muy bien.

Ya habías sido abandonado varias veces, tenías úlceras en los ojitos, perdías poco a poco la vista, estabas sordo y tenías otitis.

Pero no importaba.

Siempre estarías mejor conmigo que allí.

Cuando llegamos a casa, conociste a Tommy (un Yorkie de 3 años) y a Coquette (una gata de 14 años).

Y al día siguiente conociste a mi madre, a la que llamábamos abuela.

Y luego pasó el tiempo.

Tenías mucha ansiedad por la separación debido al abandono, a pesar de todo el amor y la ternura que pude darte.

Tenías artritis y próstata.

También tuviste ataques de temblores.

A veces, también empezaba la incontinencia.

Así que preferí poner fin a tu sufrimiento durmiéndote en el veterinario.

Aunque podrías haber vivido algunos años más, estabas muy perturbado psicológica y físicamente, y a veces empezaba a ser duro para ti.

Lo siento mucho, mi ángel.

Entonces, cinco días después, fui a recogerte al veterinario para tu incineración.

Allí estabas, en una bolsa azul para cadáveres, fría, dura, inmóvil, sin vida, ya no respirabas, tu corazoncito ya no latía, sin emociones, sin sentimientos, sin noción del pasado, del presente, nada.

Mantuve la mano sobre tu cuerpecito rígido todo el camino, acariciándote y hablándote.

Esperando que todo aquello no fuera más que una pesadilla y que despertaría.

Pero no desperté.

Llegamos al crematorio.

Guardé algunos pelos de tu hermoso pelaje.

Una última recogida, una última caricia, un último adiós.

El hombre cogió tu cuerpecito, que empezaba a descongelarse, y te metió en el horno.

Qué duro.

Luego esperamos.

Luego el hombre cogió tus huesitos, todos destruidos, y los pasó por un tamiz para convertirlos en cenizas.

Y ahora no eres más que cenizas.

Te pusimos en una pequeña urna.

Eso es todo lo que queda de ti.

Es muy duro.

El hombre dijo que debías tener cáncer porque tenías un bulto negro difícil de quemar, que según él era señal de cáncer.

Sé que tuviste cáncer de próstata, así que tal vez cáncer de próstata.

De todos modos, ahora te has ido.

Mi vida es tan vacía y sin sentido.

Cada vez que me mirabas con esos grandes ojos tuyos, era como si me estallara un océano de amor en la cara.

Te echo tanto de menos.

Desde aquel 15 de febrero, mi vida se ha detenido.

Cuento las horas y los días.

Cada vez que salgo a pasear con Tommy, no puedo evitar pasar por delante del veterinario, donde te quedaste dormido para siempre.

Lloro, sólo puedo pensar en ti, cada día, cada hora.

Cada tarde que pasa, me digo "genial, otro día menos de vida".

Sí, mi ángel, no veo la hora de morir para poder ir a reunirme contigo.

Sentir tu suave pelaje mientras te acaricio, oler tu aroma, volver a ver tus ojos grandes y cariñosos.

Oh, sí, no puedo esperar.

Pero no puedo dejar a Tommy.

Eso es lo que me mantiene en esta tierra.

Aunque Tommy es muy diferente a ti.

Todo lo que quiere hacer es jugar y actuar como un loco.

Y todo lo que siempre quisiste fue ser abrazada y amada.

Te has unido a Coquette, que murió 5 días antes que tú.

Cuando miro al cielo, te imagino a ti y a todos los animalitos que tenía jugando y retozando juntos.

Te imagino feliz, rodeado de verde, sol y amor.

Ojalá fuera real.

Lo siento, ángel mío, te echo tanto de menos.

Ojalá pudiera estar contigo.

Nunca te olvidaré.

Permanecerás grabada en mi corazón hasta el fin de los tiempos.

Siempre serás mi mechón de papi, mi mechón, mi yoyote, mi pequeño yoyote.

Siempre serás el pequeño Elliot al que tanto quise.

Siempre me dije que eras un ángel que se había extraviado en la tierra y había sufrido la crueldad humana.

Y ahora has vuelto por donde viniste.

En el paraíso de los ángeles.

Te quiero, ángel mío.

No me olvides, porque yo nunca te olvidaré y nadie podrá reemplazarte jamás.

No veo la hora de ir a reunirme contigo.

Y ese día, nada ni nadie podrá volver a separarnos.

Ni la enfermedad, ni el dinero, ni la gente.

Estaremos juntos por toda la eternidad.

No sé cuándo moriré, ni en qué circunstancias, ni si estaré consciente en ese momento, pero sí sé que cuando cierre los ojos por última vez, será tu imagen la que me acompañe.

Te pido una vez más que me perdones, ángel mío, y que te quiero y te querré hasta mi último aliento.

Buena suerte a todos, allá arriba, en el país de las estrellas.

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