En homenaje a

Boomer


Gracias a

Tu mamá Aurélie

Mi Boomer, mi amor, mi bebé, mi gran lobo, mi león, mi amigo, mi ángel de la guarda, mi Booboo.

Un monstruo te arrebató de mis brazos y besos.

Un monstruo te robó la vida.

Un cobarde te envenenó, a ti que nunca habías hecho otra cosa que abrazar y besar.

Un criminal decidió envenenarte, dejándome sola con mi dolor.

Te has ido y te echo de menos, cada día, cada minuto.

Recuerdo la primera vez que te vi, en tu casa de acogida, esperando a ser adoptado, a que alguien te quisiera, a ti que eras todo flacucho y tuerto.

Con tu futuro papá y tu futura «hermana» llegamos a esta casa que albergaba a tantos animales, apenas nos hacías caso, más interesado en tus paseos por el jardín.

A Atila no le gustó nada conocerte, hay que decir que con tu tamaño eras impresionante para ella, aunque entonces no pesaras mucho.

Nos fuimos sin ti... pero para permitirnos traerte a casa sin arriesgarnos a un mal viaje con Atila.

Volvimos a por ti unos días más tarde, y estuviste adorable durante el viaje, con la cabeza apoyada en el reposacabezas de delante, durmiendo como un bebé grande, tranquilo y sereno.

Cuando llegamos a casa, tengo que admitir que Atila no te dio una bienvenida muy calurosa; decir que estaba celosa sería quedarse corto.

Tengo que admitir que me preocupaba que las cosas nunca funcionaran con ella y que no todos tuviéramos la vida que yo había soñado.

Atila no apreciaba necesariamente que le mordieras la cabeza con tu bocaza, que corrieras detrás de ella en cuanto salía a jugar con su pelota, que le robaras sus peluches, pero sobre todo el cariño de sus padres.

La mayonesa tardó un poco en hacer efecto, pero habíamos hecho todo lo posible para que todo saliera lo mejor posible.

Viendo que a Atila le costaba admitirte en su manada, te acuerdas, fuimos a la «escuela canina» para que aprendiera a «compartir», a ti te encantaba, a ella menos... pero a partir de ahí, y sobre todo cuando Atila tuvo sus amapolas, todo fue a mejor.

¡Se enamoró de ti! Recuerdo muy bien los juegos de cosquillas, besos y carreras que hacíais juntos.

Ella venía a buscarte y tú, gran torpe, no entendías y jugabas con ella; era tan divertido veros perseguiros, hablar con vuestra voz de Choubaka y mordisquearla «para reíros».

A partir de entonces todo mejoró, aunque llegar a casa sin tener que perseguirte por el jardín tardaba más que el resto.

Qué pesadilla era, cuando decidía irme a la cama y tardaba 20 minutos en llevarte a casa, hay que decir que al principio te encantaba dormir fuera y quedarte allí todo el día.

Pero con todo el cariño que te dimos, pronto te diste cuenta de que había un sitio cómodo en el sofá esperándote y que era buena idea acomodarte, ocupando todo el espacio con tus 40 kg.

Qué placer sentirte, abrazarte; qué dolor a veces encontrar un rinconcito donde acomodarte, pero hoy ese sofá me parece grande, vacío y frío.

Me gustaría tanto que ocuparas todo el espacio en él, tumbarme en él sin preocuparme por el hecho de no poder acomodarnos.

Cada vez que vuelves a mi memoria, cada tarde cuando llego a casa y abro la puerta, no estás... nunca más me darás la bienvenida llevándote mi mano a la boca o yendo a por tu palo, saltando sobre mí; una costumbre que quería que perdieras, ¡pero que echo tanto de menos! Cada noche en la cena, cuando ya no puedo ver tu bocaza sobre la mesa con los ojos mirando nuestros platos y una gotita de baba goteando en el suelo porque estás muy emocionado con la idea de recibir tu miseria.

Todas las noches, cuando le sirvo la comida a Atila, meto la mano en la enorme bolsa de croquetas que te compré, porque con tu apetito enseguida nos dimos cuenta de que las bolsas de 2 kg no eran lo ideal.

En ese momento siempre cuento... una dosis para Titi y 4... no 4 no, nunca más 4 para mi Booboo.

Cada noche cuando me iba a la cama y no podía darte un gran achuchón antes de dormir, ni siquiera intentaba mandarte a la cama a pasar la noche, había cedido a tus ganas de disfrutar del sofá, ¡habías ganado y me encantaba! Cada mañana cuando me levanto y voy al salón, ya no estás, tumbado en el sofá, sólo abres los ojos y levantas la cabeza para decir «Hola mamá, sigo disfrutando del sofá... vete a trabajar sin miedo, yo vigilo la casa», ya no estás, nunca podré darte una palmadita en la espalda y desearte un buen día.

Todo eres tú, todo me recuerda cuánto te echo de menos.

Haga lo que haga, estás en mi cabeza y en mi corazón, cada vez que salgo a pasear recuerdo tus persecuciones por el bosque, tu pasión por los baños de barro.

Es tan duro pensar que nunca más podré crear nuevos recuerdos contigo.

Te robaron mi amor, me rompieron el corazón, pero sobre todo te robaron la vida.

Una vida hermosa, después de un comienzo difícil, abandonado, dejado a tu suerte, tuerto y demacrado, habías encontrado a tu familia, habíamos encontrado a «nuestro hijo».

Sí, lo sé mi Booboo, eres un perro, pero también sabes que para mí eras mucho más.

Te quiero, mi Boomer, pero tu muerte deja un vacío infinito en mí.

La monstruosidad humana que te llevó a la muerte me repugna, me horroriza ver que alguien pueda hacerle eso a un animal, pero sobre todo a ti, que eras tan lindo, tan amable, tan tierno.

Cómo habías crecido, qué atento y cariñoso te habías vuelto con nosotros, cuánto habías cambiado en tan poco tiempo.

Qué maravillosos recuerdos de aquellos paseos por el bosque cuando estábamos de vacaciones.

Tú, libre, sin correa, caminando delante de nosotros, parándote a mirarnos... ningún mal comportamiento, ningún intento de «vivir tu vida» en el bosque.

No, estabas ahí con nosotros, presente y protegiéndonos, ¡qué momento tan bonito, sobre todo porque fue inesperado! Estabas tan acostumbrado a tus escapadas por el bosque en casa que nos sorprendió tu actitud, pero qué alegría poder verte libre y estar tranquilos sabiendo que no te escaparías.

Cuando volvimos de vacaciones, había llegado el nuevo Boomer, otro paso adelante, y todo fue para bien en el mejor de los mundos.

Atila y tú os llevabais bien, con algunos momentos locos a la hora de la amapola, venías a casa cuando te lo pedíamos, en la escuela canina eras la estrella número uno, con tu buen carácter eras la que hacía las pruebas con los recién llegados, sabías quedarte quieta, esperar a engullir tu cuenco y volvías cuando te llamábamos, ¡incluso fuera de casa! La historia se escribía despacio, pero con ternura, con paciencia y cariño, eras la compañera perfecta, aunque todavía tenías que esforzarte un poco más con los otros perros de fuera de casa, pero yo lo soportaba muy bien porque confiaba en ti.

Vivíamos en perfecta armonía.

Te queríamos, tú nos correspondías, ¡felicidad! Lo compartíamos todo contigo, nuestro sofá, nuestro plato, nuestras vacaciones... pero la felicidad llegó a su fin, todo se paró el 1 de agosto de 2014 cuando el peor de los monstruos lanzó albóndigas envenenadas por encima de la verja.

Eras tan glotona... debiste de tirarte encima de ellas y comerte casi todo, Atila debió de comer «solo las sobras» y eso fue lo que la salvó... Alain estaba en casa, Atila vino a buscarlo, ella se encontraba mal, tú también... tu padre me llamó por teléfono y yo me volví inmediatamente, llegué a la oficina y salí enseguida para venir a reunirme contigo, con el miedo en el estómago y las oraciones llenas de palabras.

Convulsionaste, vomitaste esa porquería de veneno para babosas, literalmente te vaciaste.

Cuando llegué al veterinario, ya habías subido a la sala de curas con Atila.

Vi el estado de la consulta y me encogí al ver el estado en el que estaba, no presagiaba nada bueno...

El veterinario fue muy atento, muy amable y comprensivo con mi sufrimiento, que no era nada comparado con el tuyo, mi pobre cielo.

El sábado no estabas mejor, habías vuelto a vomitar después de beber unas gotas de agua y habías tenido más consultas.

Fui a verte, era duro verte en ese estado pero no podía dejarte sola, si hubiera podido quedarme contigo cada minuto seguiría a tu lado.

El domingo me llamó el veterinario y me dijo que no mejorabas y que al día siguiente tendrían que tomar una decisión...

Me quedé destrozada... no podías dejarme, no tan pronto, no tan rápido, ¡no así! Pero el lunes, me regalaste un milagro, cuando fui a verte, el veterinario te había sacado fuera, aunque ciego y minusválido, caminabas, oías mi voz, venías a mí cuando te llamaba....

Un soplo de esperanza me invadió, ibas a vivir, ibas a mejorar y volver a casa !!!! Eras tan fuerte, mi amor, mi amor por ti era tan fuerte que pensé que podría salvarte.

Continué rezando por ti, hice que todos a mi alrededor rezaran por ti, mis amigos, mi familia, se quemaron velas, se enviaron oraciones y pensamientos positivos, le prometí a Dios que dejaría de fumar, de beber Coca-Cola, las 2 cosas que serían las más difíciles para mí, las estaba sacrificando por ti, para salvarte.

Quería tanto creer en nosotros, en nuestra vida juntos durante años y años y años.

Pero el martes 5 de septiembre, cuando llamé al veterinario, su diagnóstico volvió a ser muy sombrío.

Seguías sin comer, no te levantabas, tenías escaras por todas las patas y tu estado, lejos de mejorar, empeoraba... la mejoría del día anterior no había durado...

Vine a verte, con la esperanza de que te apeteciera comer conmigo, así que te traje unos larditos de esos que tanto te gustaban... no los probaste... insistí, pero no podía hacer nada, no tenías fuerzas ni gusto para comer.

El veterinario vino a verme y me explicó que era mejor dejarte «ir», que tu cuerpo estaba demasiado dañado para esperar una cura...

Le pedí que se quedara contigo unos momentos, los dos solos.

Te hablé largo rato, cerca de tu oído, diciéndote cuánto te quería, cuánto te necesitaba, cómo tenías que volver a casa, cómo tenías que luchar, cómo tenías que vivir.

Tu cabeza en mis brazos, tu ojo abierto pero ahora ciego, no sé si entendías lo que te decía, pero quería que supieras cuánto te quería, quería estar contigo una y otra vez...

Volvió para decirme que tenía que dejarte marchar ya, por tu propio bien...

Tenía tu cabeza entre mis brazos, no podía dejar de besarte una y otra vez, de pedirte perdón por lo que te estaba haciendo... te puso la inyección que te durmió, una anestesia para que no sufrieras por la inyección que te iba a liberar de tu sufrimiento y dejarme solo y abandonado.

Te dormiste en mis brazos, con los ojos fijos en mí, y a la segunda inyección sentí que te abandonaba el último aliento y rompí a llorar.

Tuve que matarte, mi Boomer, tuve que acabar con tu vida y me cuesta decirme a mí misma que hice lo correcto, que no había otra solución, ninguna alternativa, ninguna cura posible.

Todavía me arrepiento de no haberte dado más tiempo, todavía me arrepiento de no haberte dado la oportunidad de recuperarte, de vivir.

Lloro por la decisión que supuso que dejaras de estar a mi lado.

Lloro aunque en el fondo «sé» que el veterinario no me hubiera guiado hacia esta «solución» si hubieras podido sobrevivir y volver a casa.

Es duro haber tenido que tomar esa decisión, duro haber acelerado tu muerte.

Espero mi Boomer, rezo mi amor, que lo que hice fuera lo mejor para ti, porque que sepas que para mi lo mejor hubiera sido tenerte durante décadas.

Te amo tanto, te extraño tanto, no puedo entender como alguien pudo lastimarte así, sin razón, sin motivo.

¡¡¡¡¿Por qué tú? !!!! ¿Por qué nosotros? ¿Por qué todo este odio, esta falta de amor, de humanidad y de respeto por la vida? Qué duro es vivir sin ti, qué duro es vivir en este mundo absurdo en el que no puedes decirte a ti mismo «sólo los malvados son castigados».

Siempre he intentado ser justo, recto y respetuoso.

Mis valores siempre han sido ayudar al prójimo y a los más débiles de la sociedad, y por eso has pasado a formar parte de nuestra familia.

Hubieras sido un perro precioso, en plena forma, en definitiva: fácilmente adoptable, no me hubiera detenido en ti, segura de que hubieras podido encontrar un hogar.

Pero fuiste «mi rescate», no un intento de enmendar un error, no un intento de tener mejor Karma, no, fuiste «mis valores», quise salvarte, ofrecerte un hogar amoroso donde hubieras podido vivir muchos hermosos y largos años.

La vida, pero sobre todo un monstruo, decidió otra cosa, dejándote conmigo tan solo 1 ½ años.

Eras tan joven, merecías tanto vivir, poco más de 2 ½ años... qué pena haberte privado de tu vida a nuestro lado.

Ahora te has ido, como diría Lisa «no muy lejos de ti, sólo al otro lado», pero ese otro lado me parece inalcanzable.

Te quiero mi Boomer, te quiero con locura y para toda la vida, lo hubiera sacrificado todo por ti, pero no fue suficiente para salvarte.

Te amo mi Boomer, mi Booboo, mi Bebé, mi Corazón, mi Gran Lobo, mi León del amor, mi Amigo, te amo.

Estás y siempre estarás en mi corazón y en mi cabeza.

TE QUIERO MI BOOMER.

Tu Mamá.

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