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Han pasado dos años desde que dejaste el mundo humano, dos años desde que no puedo dejar de pensar en ti todos los días (fue la noche del 12 al 13 de mayo de 2000).
Tú que respirabas sólo a través de mí, que vivías sólo gracias a mí.
A los tres años, el veterinario le diagnosticó epilepsia. Nos advirtió que tendría que tomar medicamentos todos los días durante el resto de su vida.
Así que durante diez años te hice tragar esas malditas pastillas, a veces las escupías, a veces no querías comer, te metía la pastilla por la garganta, tenías que estar en tratamiento a toda costa, si no, te daban las convulsiones y salías agotado.
Claro que los tenías, pero yo estaba ahí para tranquilizarte, para hablarte y, sobre todo, ¡no me separaba de ti ni un momento! Tuvimos que dejar de ir de vacaciones, el calor te cansaba demasiado, ¡así que intentamos no estresarte! Cuando supimos que ya no había nada que hacer, te cuidamos día y noche.
La última noche, querías irte a la cama como todas las noches, así que nos quedamos cerca de ti, nos mirabas y creo que lo sabías.
Fue una noche muy larga, cada vez tenías más convulsiones, y la última, más fuerte que las demás, te cerró los ojos, pero antes me miraste, nunca olvidaré la mirada de tus ojos, tus preciosos ojos negros parecían decirme adiós...
Lloramos mucho, te pusimos en el jardín, con flores por todas partes, ¡y todas las mañanas venía a saludarte! Ahora que nos hemos mudado, creo que es mejor que te quedes en tu jardín, aquí también hay mucho sitio, aún no sé qué vamos a hacer, a veces quiero ir a buscarte pero me digo a mí misma que ¡estás bien allí!
Gracias Becky por todo el amor que nos has dado, gracias por ser un rayo de sol durante trece años. Nunca te olvidaré.
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